10 febrero 2009

Nuevo modelo de nada

Nuevo modelo de nada 
“desaprensiva loca nada presagio de caos de las cosas”Siul
Aunque sepamos que no puede entendernos, siempre pensamos que en los ojos del demente hay un terrible aullido de la nada dispuesto a escapar hacia nosotros. Allá en las cárcavas de su cráneo impera el universo alucinante de una extraña nada que puede eructar abruptamente el caos, caer en desafortunada pertinencia y aplastarnos. Entonces los ojos de la nada que han tomado carácter y apremio para esculcarnos desde la demencia, vuelcan sobre nuestro mundo poblado su aparente vacío. Ahí enfrentamos la carencia, carencia en contubernio nada nuevo aunque innombrado, con una indescriptible experiencia; hoy calificada y expulsada al vacío de nuestra inmensa nada.
La nada, que es más que nada porque se ha visto escrita, revisada y publicada, hoy alcanza pavorosas y temibles consecuencias. Los adjetivos que a veces son sólo parte de una virtud divina, traen a veces diabólicas consecuencias y suelen, hoy, ir en pos de la nada: la buscan, la encuentran, la califican, y la obligan a ser ese 'algo' que nunca había pedido ser.
Ser un loco, era en un tiempo privilegio del hombre que ha tenido alguna vez raciocinio. Tan sólo pronunciar este calificativo, puede hoy día y quizás mañana, ser apenas estridencia en el oído. Hay vocablos que no suelen gritarse, que se dicen quedos, a veces a escondidas y casi siempre en ausencia del aludido. Y la nada, que ya no es solamente la nada porque ahora lleva un blasón, una cruz y la esperanza de alcanzar un epitafio; es pues por obra y gracia de la palabra hallada, la gran nada, la estúpida nada, cualquier tipo de nada, o simplemente, la loca nada. Esa nada nueva que sorprende con otra personalidad tan lejos de su verdadera estirpe, esa nada con el frenesí instalado en los audífonos, esa nada a la que las adjetivaciones han conferido el algo.
Ahora que la nada no para de dar vueltas en su carrusel de espanto, hemos subido a tientas a nombrarla a engalanar su rostro antes sin rasgos, con la infinitud de un artilugio que con ella experimenta el aparentemente simple hecho de calificarla. Así consumimos nuestra personal y pobre nada, así vamos abriendo y cerrando tumbas, cavando ampliaciones y reajustes de espacios, divagando, esforzándonos desesperadamente en medio de una disyuntiva que nos lleve a asumir la verdadera nada; esa de prodigiosa inercia, de pasmosa apatía, de magnificente insensibilidad; esa nada incapaz y justa que nunca saldrá de un compendio de adjetivaciones porque no es parte de conciencia alguna y no puede ser o siquiera apiadarse de su propia nada, de nuestras miserables nadas; de toda la nada con sus vertientes infalibles de adjetivos de austeras consecuencias. La nada, menos difícil, carente y sobre toda cosa nada, permite que quieran clasificarla y catalogarla y que los adjetivos se agolpen frente a las puertas de nuestras casas y nos cierren el paso, nos ahoguen, mientras la nada, esa que nos mira arrastrada por los locos portadores de su natural encanto, nos convulsa, invencible, en una vida que encierra en un espasmo la única verdad de la existencia: la nada, modelo y virtud de nadas; la nada, intachable, absoluta, que ni siquiera aspira a ocupar un justo lugar entre las cosas.